Fitlosofía. La hipótesis LP-E

Acompáñame en esta historia absurda, distópica, trambólica y cualquier calificativo que se te ocurra.

En un futuro próximo (¿distópico?) se descubre que pensar y leer textos de filosofía quema calorías y genera beneficios estéticos al cuerpo.

¿Sería, por fin, el momento de leer a Hegel para quemar esos michelines navideños?

Vamos a ver que nos cuenta tu amigo Skinner Carpeta.


En un laboratorio se encontraba nuestra protagonista, la doctora Elisabeth. Tras años de investigación había hecho un descubrimiento que la dejó perpleja. A partir de los datos obtenidos y los experimentos realizados llegó a una conclusión sorprendente.

—¡No puede ser verdad! —se decía incrédula.

Elisabeth llevaba años trabajando en el campo de la apariencia física. Era bióloga, coach y también ejercía de nutricionista. Buscaba de forma incansable todas las formas posibles de propiciar lo que se entendía como «cuerpo perfecto». Ésto le proporcionó abundantes ingresos y una posición respetable dentro de la industria.

Nuestra doctora tenía un lema: la Triple C-E: «Comer-E, Correr-E, Complementar-E», (donde E significaba “según Elisabeth”).

La doctora Elisabeth un martes cualquiera.

Pero el descubrimiento de ese día dejaría obsoletas sus anteriores investigaciones. En un cuaderno apuntó de manera informal y apresurada lo siguiente:

«Hoy 7 de septiembre de 2028 he llegado a la siguiente conclusión. He dedicado tiempo y esfuerzo al estudio de la obtención más eficiente de un «cuerpo perfecto». Pero tras los nuevos hallazgos he descubierto que este proceso de perfección se puede conseguir por otra vía que no dependa, en exclusiva, de la alimentación, el ejercicio físico o el medicamento estético».

Tras una breve pausa para pensar bien como plantear en la papel la nueva hipótesis escribió, con simpleza pero con claridad, lo siguiente:

«Nueva Hipótesis LP-E: Leer y Pensar ejercita, tonifica y fortalece el cuerpo —según Elisabeth—».

Pero lo particular y asombroso de este hallazgo se encontraba en el hecho de que no valía cualquier lectura:

«Hemos comprobado que la única lectura que permite el desencadenante de este proceso casi mágico no es otra que aquella relacionada con la filosofía académica, técnica y sesuda. En efecto: leer filosofía, y recitarla a viva voz, equivale a una rutina de ejercicio intenso y a una alimentación deportiva con los correspondientes complementos».

Pero Elisabeth concreto y añadió:

«Dentro del propio ámbito filosófico existen diversas particularidades dependiendo de cual sea el filósofo leído. A grandes rasgos podemos establecer que leer a Nietzsche y filósofos similares de «pies ligeros» equivaldría a hacer ejercicios de tipo aeróbico. Por otro lado, respecto al ejercicio anaeróbico, la lectura adecuada estaría relacionada con el estudio intensivo de párrafos abstrusos de filósofos del tipo H (Hegel, Heidegger) —o el manual de tu profesor de ontología existencial de la universidad—».

Manual de tu profesor de Ontología Existencial de la Universidad.

Tras este increíble hallazgo, y en un breve lapso de tiempo, la nueva maquinaria de la fitlosofía se puso a funcionar a pleno rendimiento. Lo primero que ocurrió fue el progresivo abandono del ejercicio tradicional. Ya la gente no iba simplemente al gimnasio a levantar pesas o al parque a correr; lo que hacían ahora era complementar esto con leer cosas como la Fenomelogía del espíritu o El Ser y la nada de Jean-Paul Sartre.

Este nuevo tipo de deportista corría por el parque mientras leía en voz alta fragmentos de su obra de referencia. «¡La nada nadea!» gritaba uno (un experto) mientras esprintaba sin control; «Yo soy yo y mis circunstancias», decía otro en voz baja en su primer día de running fitlosófico. De esta forma mutó el ejercicio de tipo aeróbico. La gente corría, leía, filosofaba y gritaba frases de Kierkegaard a la vez. Los parques y las zonas retiradas para pasear y correr perdieron para siempre su silencio.

Por otro lado, tenemos la mutación de los gimnasios ahora conocidos como Kantcuerna Center (KC).

Dibujo de una especie de Immanuel Kant sosteniendo una mancuerna.

Aquí se trabajaba duro y se intercalaban rutinas de peso con textos. Estos lugares del deporte estaban siempre abarrotados de gente. A lo largo de sus instalaciones habían múltiples bancos de pesas donde cada cual realizaba sus ejercicios. Imagínese un profesional de un KC gritando repetidamente (unas cien veces) y con fuerza «¡todo lo real es racional!» tal como le gustaba decir a Hegel, mientras alguien a su lado leía en griego un texto de Plotino.

«Si alguien logra verse a sí mismo transformado en esto, tiene en sí mismo una imagen de aquél. Y si partiendo de sí mismo como imagen se remonta hasta el Modelo, alcanzará la meta de su peregrinación». Plotino.

Al fondo del gimnasio realizaban sus ejercicios los fitlósofos de tipo analítico y afines. Sus ejercicios eran, en efecto, más lógicos, formales y rigurosos. Su texto de referencia para sus rutinas era el Tractatus, aunque también empleaban trabajos de Frege, Russell o Quine. Los mas intrépidos citaban a este último filósofo mientras levantaban pesas de más de 30 kilos:

Usuario de KC haciendo ejercicio anaeróbico mientras pronuncia una frase del filósofo Willard Van Orman Quine.

Todos los demás del team analítico que simplemente iban a un KC a realizar sus ejercicios sin complicaciones recurrían al clásico de Wittgenstein «sobre lo que no se puede hablar hay que callar», mientras levantaban peso moderado en cuatro series de 15 repeticiones.


Lo narrado hasta aquí es sólo una pequeña muestra de como cambió el mundo tras el establecimiento de la hipótesis LP-E, fruto de las investigaciones de Elisabeth. La consecuencia de todo esto fue que la filosofía, la más académica, técnica y sesuda, se puso de moda. ¡Nadie lo vio venir! De esta forma se inauguró una nueva disciplina: la Fitlosofía.

Así que ya sabe —querida y querido lector— si está de moda leer a Schopenhauer mientras se practica running ¡lea a Schopenhauer bien alto cuando corra por el parque! (aunque sean las 5 AM). Que nadie se quede sin saber que el universo es sólo voluntad y representación y que vivimos —según el diagnóstico del viejo pesimista— «en el peor de los mundos posibles».

Arriba dos corredores citando a Heidegger, al fondo, y Schopenhauer en primer plano. La noluntad es aquella negación activa de la voluntad (debido a que esta es la causa del sufrimiento). Vemos, sin embargo, como el pesimista celebra la extinción de la acción con más acción; como debe ser. ¡Viva!

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Por Los Mundos de Skinner

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